Chiconahualoyán
A pesar de ya no tener corazón tengo una vaga sensación de presión en el pecho, mis manos están empapadas de sudor y siento cómo la brisa acaricia mi nariz, lo único que me queda es la ropa interior, las piernas me tiemblan y las plantas de los pies pueden sentir perfectamente cómo aquellas pequeñas piedras se sumen en ellas. Una espesa niebla que brota a mis lados comienza a cegar mi vista, veo con desesperación a mis costados con la esperanza de encontrarme a alguien más y apresuro el paso, evitando que esas nubes medio blancas y grisáceas me devoren, pero no corro con suerte, cuando ya no puedo ver siquiera mis propias extremidades analizo que quedé en medio de ese humo blanco. Doy un paso tras otro, veo a mi alrededor, he perdido la noción del espacio, ya no sé hacia qué dirección ir, no sé hacia donde es el norte, el sur, el este u oeste, no sé si caeré en el Chiconahuapan o en alguno de los ríos ocultos, la incertidumbre me pone nervioso y un escalofrío recorre mi columna cuando escucho los gritos secos de aquellos que se ahogan en las profundidades o los que son devorados por xochitonal. Con un par de pies inseguros sigo dando un paso tras otros, de repente, mi atención se centra en algo más que no son sollozos, el sonido del agua ir y venir me dice que estoy cerca de un río, el lugar indicado, sin poder ver en dónde piso corro lo más rápido que puedo hasta que mis dedos sienten un líquido frío y poco a poco me voy sumergiendo en él, he quedado cubierto hasta el cuello y al parecer es aún más profundo pero sin temerle sumerjo la cabeza, aún con los ojos abiertos debajo del agua veo cómo todo se va obscureciendo, cuando dejo de ver el último haz de luz quedo atrapado en una especie de trance.
Me encuentro en un lugar desconocido en medio de la nada, todo a mi alrededor es de un obscuro profundo, pero hay infinidad de puertas cerradas, escojo una, la abro y entro en ella. Me veo a mi mismo cuando tenía alrededor de 8 años, estoy jugando con un coche de madera que mi madre, con tanto esfuerzo me compró, salgo y veo a mis amiguitos de ese entonces, salimos a una cancha no muy lejos de la vecindad y jugamos hasta el atardecer, unas cálidas lagrimas bajan por mis mejillas porque mi tonallli se ha conmovido al recordar la pureza e inocencia de un niño. Mientras mi yo del pasado cena a lado de su madre se ve cómo va creciendo, al inicio lo único que cambia es su estatura, pero conforme pasan las noches y los días, su corte de cabello va creciendo y siendo cortado y su rostro va transformándose, hay días que tiene pequeños huecos en la boca porque se le han caído los dientes de leche pero más adelante son cubiertos con los de hueso, el color y estilo de las vestimentas son distintas dependiendo la estación del año, pero después de lo que simulan ser un par de años, el ahora joven, se encuentra sentado solo, pasa el tiempo y su madre no vuelve a hacer señales de presencia, en ese momento viene a mi una amarga nostalgia, me doy media vuelta y regreso a aquel lugar obscuro con infinidad de puertas. Esta vez deambulo un poco y escojo una más al azar, entro y me veo tirado a un costado de la entrada del metro Hidalgo, llevo día sin bañarme, apesto a alcohol y mis harapos huelen a orina, en ese entonces ni yo mismo me daba cuenta, al parecer llevo dejándome la barba un par de meses, no tengo empleo y la casa en la que solía vivir fue embargada, me alimento de las sobras que va dejando la gente en el bote de basura y tengo cicatrices por peleas con otros vagabundos, el sol a medio día es mi despertador y mi rutina se resume en buscar monedas en el suelo, hurgar un poco para mi almuerzo, ver cómo pasan los coches y regresar a mi poca confortable cama de cartón mientras sueño que me gano la lotería y soy un millonario empresario, cuando el antiguo vagabundo cierra los ojos, yo cierro la segunda puerta. Una vez más me encuentro en aquel mundo lleno de penumbras y puertas, en tan solo un par de minutos he vuelto a experimentar la felicidad de cuando era un niño, la muerte de mi madre me ha roto el inexistente corazón, me he dado lastima y me sentí patético, espero que en la siguiente puerta pueda experimentar algo más confortable. En la vida terrenal llegué a escuchar la famosa frase de "la tercera es la vencida", o el "tienes tres oportunidades", o en el cuento de Aladino el "solo tienes tres deseos", al parecer el número tres tiene algo de místico, no sé si sea solamente en la tierra o si también en este lugar que no sé dónde es, pero si es así, eso significa que este será el último recuerdo que podré ver... merodeo, rodeo una y otra puerta, todas son iguales pero cada una de ellas posee vibras distintas aunque no se puede diferenciar si en ellas habita un recuerdo triste y amargo, un coraje insípido, una dulce risa o unas lágrimas saladas, pero el pensarlo demasiado me produce una cierta preocupación porque bien sé que corro el riesgo de ahogarme, es así que agarro la perilla de una de ellas y la abro. La luz deslumbrante hace que entrecierre los ojos pero con el tiempo mi vista se va adaptando, mi esposa está comiendo un sándwich de mermelada mientras Diana, mi hija de 5 años, queda maravillada ante el morado de una pequeña flor, estamos en medio de un parque a las afueras de la ciudad, sentados sobre una manta de cuadros y con una canasta llena de comida, mi yo, que se ve casi idéntico a mi yo actual, está bebiendo una coca, está con la barriga llena y le da una inmensa felicidad ver a las dos mujeres que más ama, se siente afortunado de haber sido un vagabundo en su pasado porque gracias a ello conoció a María, nuestra esposa, después de que Diana devoró con gracia una mandarina los tres se quedan tumbados boca arriba, ven cómo pasan las nubes y juegan a hacer una historia con las figuras de éstas, cada tanto ríen y una sonrisa se plasma en sus rostros y en el mío también, un calor abrazador recorre todo mi cuerpo y experimento la misma alegría que en esos días, una mariposa vuela a sus alrededores y al poco tiempo se va, mientras el viento sopla y deforma a aquel perrito imaginario las dos damas se han quedado dormidas, mientras tanto, mi antiguo yo se tomó la libertad de ver el cielo azul, completamente despejado de grandes o pequeñas nubes, de repente, siente un agudo dolor en el pecho, intenta gritar pero no sale sonido alguno de su garganta pero en su defecto, los pájaros gorjean más hermoso que nunca antes y algunas flores del cerezo que les daba sombra caen sobre él, mientras mi cuerpo empieza a flaquear y aún tiene los ojos abiertos cae una gota por su lagrimal derecho, la vista se le vuelve borrosa y la vida se le apaga. Me quiero aferrar a este recuerdo, anhelo volver a ver a María con las manchas de mermelada en sus labios, deseo grabarme la expresión cautivadora de Diana al ver aquella florecilla pero debo decidir si permanecer en esta ilusión o si continuar con mi viaje, una parte de mí me implora quedarse pero otra me exige llegar al otro lado, ha sido tanto esfuerzo cruzar ríos, montañas y vientos para ahogarme una eternidad aquí, aunque en cierta parte no me molestaría, pero antes de ver una vez más el recuerdo más feliz de mi vida decido salir por la puerta. Ya no me encuentro rodeado por las puertas en la penumbra, en su defecto me hallo flotando boca arriba en aquel río en el que hace unos momentos me sumergí, la neblina se ha disipado y ahora puedo ver, me enderezo y siento otra vez aquellas piedras sumergiéndose en la piel de mis pies, salgo del agua y percibo cómo las gotas se adhieren a mi, al parecer, estoy cada vez más cerca de encontrar la paz, ahora me encuentro al final del Chiconahualoyán.
